Las decisiones irreversibles son las más difíciles con las que hay que vivir. Sabes que has hecho mal, pero es demasiado tarde para deshacerlo. Ahora debes vivir con las consecuencias, cualesquiera que sean. Pero ¿Cómo? ¿Te golpeas para siempre? ¿Vives en un estado de malhumor habitual? ¿Eres amargo hacia los demás o hacia Dios? El dolor del remordimiento y el fastidio constante de una conciencia que sabe que has pecado y has sido necio tienen el potencial de que te afecten para siempre. ¿Esto es como debe ser? ¿o existe una mejor manera?
El Rey David fue un hombre obligado a vivir con las consecuencias de sus propias elecciones irreversibles. Después de su aventura con la bañista de medianoche (Betsabé), él no podía seguir fingiendo que era sólo un mal sueño: estaba embarazada con su hijo ilegítimo. El marido de Betsabé estaba muerto, y David tenía sus manos manchadas con su sangre, y lo sabía todo el reino. Su pecado estaba siempre delante de él. Sentimientos de remordimiento tenían el potencial de perseguirlo para siempre, dejándolo espiritualmente incapacitado e inútil ante Dios. ¿Pero tuvo que ser así? ¿O había una mejor manera?
Salmo 51 revela que de hecho había una mejor manera, y David la encontró. Es la manera de ser purificado por el perdón de Dios. Es la manera de la alabanza de gracia incesante que es mayor que el pecado. Su oración musical comienza con una súplica para la gracia: "Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia"(v. 1). Su súplica al Dios quien solamente puede actuar de acuerdo con su carácter produjo una solicitud audaz para el perdón: "borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado... Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve"(VV. 2, 7). Tan confiado era David en la promesa del perdón de Dios que cantó, " Vuélveme el gozo de tu salvación" (v. 12).
Aquí está el secreto para desmantelar el poder incapacitante del remordimiento: debemos rehusar a permitir que la realidad dolorosa de nuestro pecado tome ventaja al proyectar una oscura sombra sobre la gracia y el perdón de Dios. Le encantaría a Satanás, el acusador de los hermanos, si fuéramos tan obsesionados por remordimiento que ya no estemos en el temor de un Dios que se deleita en restaurar a los pecadores sin esperanza. Restaurado a Dios, David estaba listo para ser utilizado por Él. “Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti"(v. 13). ¿Se fueron las consecuencias? No. Pero la culpa, sí. ¿Eran los pensamientos apenados totalmente inexistentes? Lo dudo. Pero David estaba determinado a seguir adelante con Dios de todos modos.
Esta fue la elección del Apóstol Paul también. Les dijo a los Filipenses: " Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús"(Filipenses 3:13, 14).
Como tú, también yo he hecho decisiones insensatas y pecaminosas. De hecho, a veces he permitido que el dolor del remordimiento me abruma casi por completo. Pero la gracia de Dios que faculta ha sido suficiente al final. Todos tenemos cosas en nuestros pasados que deseamos poder cambiar, pero algunas cosas no se pueden deshacer.
Muchas de nuestras malas decisiones podrían ser redimidas por el Señor. ¡Por todas ellas, alábale! Pero muchas no. Algunas consecuencias se mantendrán hasta el final de los tiempos, hasta que los sollozos sean removidos en su regreso glorioso. Sin embargo, esto no significa que dejamos que nos paralicen ahora. No tenemos que ser esclavos del remordimiento; podemos hacerlo nuestro esclavo, si mantenemos la restauración de Dios siempre a la vanguardia de nuestras mentes. Debemos prohibir que el remordimiento impida nuestro crecimiento. No debemos permitir que el remordimiento interrumpa nuestra alabanza o robe nuestra alegría. Debemos permitir que las consecuencias dolorosas y sentimientos de remordimiento existan únicamente como recordatorios de la maravillosa gracia de nuestro amoroso Señor.
No permitimos que los efectos de las decisiones irreversibles nos esclavicen para lamentarnos o robarnos de nuestro gozo. ¡El gozo que se encuentra en conocer a Cristo y refugiarse en la cruz!
ESCRITO POR: Paul Tautges | TRADUCIDO POR: Bryan Nevin
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