Dios es quien reparte los dones, no tú ni yo.
Un aconsejado que da pasos activos hacia el arrepentimiento es una parte esencial en el proceso de la consejería. En la sala de la consejería, el consejero invita a hombres y mujeres a despojarse del viejo hombre y a vestirse del nuevo (Efesios 4:22-24). Sin embargo, como cualquier consejero podría decirte, no siempre sucede de esa forma. A veces el consejero puede trabajar en el aconsejado por semanas sin ver cambio alguno. El consejero podría darle seguimiento a la sesión de consejería mandando mensajes de texto alentadores, pasando tiempo en oración por los aconsejados durante la noche y tomando otras medidas que normalmente no tomaría y, sin embargo, todo es en vano. Hay muchas razones por las que un aconsejado puede no dar un paso hacia el arrepentimiento, pero hay algo que normalmente no se menciona: a ese aconsejado no se le ha concedido el arrepentimiento.
El arrepentimiento es un don dado por Dios
Cuando Cristo y Nicodemo hablan en Juan 3, Jesús le dice a Nicodemo que, a menos que nazca de "agua y del Espíritu", no podrá ver el reino de Dios. Lo que significa que hasta que Dios no haya hecho algo en el corazón de cada persona (es decir, deben nacer de nuevo), siempre permanecerán en su pecado y no podrán siquiera ver el reino de los cielos.
Más tarde, esta misma idea se retoma en Hechos 11:18, cuando Pedro relata su ministerio a los gentiles. Los judíos que habían creído en Cristo estaban bastante molestos con algunas de las cosas que había hecho Pedro. El texto dice que "le reprocharon" (Hechos 11:2). Pero cuando escucharon el relato de Pedro, respondieron: "Así que también a los gentiles ha concedido Dios el arrepentimiento que conduce a la vida."
Esto se confirma en otras partes de la Biblia, en Hechos 5:31 y en 2 Timoteo 2:25. El punto es este: el arrepentimiento es un don. Es algo que Dios nos concede. Todos necesitamos ver que cuando elegimos arrepentirnos de nuestro pecado, ya sea para nuestra propia salvación o para nuestra propia santidad: es un don que Dios nos concede. Y como con todos los dones, hay algunas implicaciones para nuestra manera de pensar.
Tú no puedes elegir quién recibe el don
En la parábola de los obreros (Mateo 20:1-16), nos encontramos con lo que muchos consideran una sección aparentemente injusta de las Escrituras que nuestras mentes no pueden comprender. Un hombre trabaja una hora y le pagan lo mismo que al que trabajó un día entero. Estos hombres que trabajaron todo el día bajo el sol "murmuraron" y pensaron que esto no era justo. ¿Cómo respondió el amo? "¿Es tu ojo malo porque yo soy bueno?". Bam. Todos deberíamos sentir el peso de esa pregunta.
Dios es quien reparte los dones, no tú ni yo. Innumerables pasajes señalan lo limitada que es nuestra comprensión acerca de la providencia de Dios. Sabemos que Él está obrando todo para Su gloria, y sabemos que Él está obrando todo para hacernos semejantes a Cristo (Romanos 8:28-29). Sin embargo, no entendemos el proceso, los medios, ni muchos de los otros detalles que componen el plan. Por eso estamos llamados a confiar profundamente en Él.
Si Dios es quien da el don del arrepentimiento para Su gloria, cada consejero necesita entender que la razón por la que su aconsejado puede no estar cambiando es porque Dios no le ha concedido el arrepentimiento. No sabemos si Dios no se lo ha concedido, pero si el arrepentimiento es un don, y ellos no se están arrepintiendo, es probable que no se les haya concedido ese don.
¿Por qué Dios negaría el arrepentimiento?
Hay muchas respuestas probables a tal pregunta, pero ninguna puede ser una respuesta segura hasta que todos contemplemos a Dios con el rostro descubierto. Por ejemplo, Pablo destaca en Romanos 11 que, debido al rechazo de Israel, se nos mostró misericordia (Romanos 11:32). ¿Por qué Dios lo hizo así? Debemos clamar junto con Pablo en el versículo siguiente: "¡Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son Sus juicios e inescrutables Sus caminos!". (Romanos 11:33)
¿Notaste la palabra insondable? Tú y yo nunca entenderemos de este lado del cielo por qué Dios retendría el arrepentimiento de alguien. Más bien, estamos llamados a responder menos con indagación y más con una adoración estremecedora. En lugar de analizar por qué Dios daría el arrepentimiento a uno y no a otro, la adoración es la respuesta correcta.
Conclusión y aplicación
Hay dos aplicaciones e implicaciones principales para la consejería. Primero, si se nos ha concedido el arrepentimiento, o tenemos un aconsejado que se ha apartado de su pecado, no nos jactemos. Pablo dice en 1 Corintios 4:7, "Porque ¿Quién te distingue? ¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?". En pocas palabras, si alguna vez la consejería va bien y los aconsejados crecen en santidad, recordemos que fue un regalo.
En segundo lugar, cuando la consejería va mal, y no parece que Dios haya concedido el arrepentimiento a nuestro aconsejado... Cuando hemos hecho todo lo que se nos ocurre... Entonces descansemos en el plan de Dios. Vuelve a recordar las palabras de Pablo sobre Israel: "¿Y qué, si Dios, aunque dispuesto a demostrar Su ira y hacer notorio Su poder, soportó con mucha paciencia a los vasos de ira preparados para destrucción?" (Romanos 9:22). Confía en que Dios está haciendo algo que va más allá de lo que podemos imaginar, y procuremos cultivar la humildad en nuestros propios corazones.
Sobre el Autor
Joshua Greiner es consejero certificado por la ACBC. Sirve como Pastor principal en la Iglesia Bautista Berean en Portage, Michigan.
Traducción de: Vale García
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