top of page

Empuña el Evangelio en la Lucha Contra la Autocompasión

  • Foto del escritor: CCB
    CCB
  • 23 may
  • 9 Min. de lectura

De la autocompasión a la seguridad en Cristo.

ree

Bienvenido al mundo de la autocompasión, que a menudo suena así:


  • ¿Por qué todo lo malo me pasa a mí?

  • Nadie más entiende.

  • Nadie más ha pasado por lo que yo estoy pasando.

  • Si alguien más tuviera que lidiar con esto, ya se habría rendido hace mucho tiempo.

  • A nadie le importo.

  • Ni siquiera a Dios le debo importar.

  • No valgo nada.

  • ¿Para qué seguir intentándolo?


Estas afirmaciones y preguntas suenan tristes, y lo son. Pero déjame preguntarte: ¿cómo encaja ese tipo de pensamiento con el mandamiento de dar gracias en todo (1 Tesalonicenses 5:18)?


Desenmascarando la Autocompasión


Pensando bíblicamente, clasificaría la autocompasión como una forma de queja (Filipenses 2:14). Los que se autocompadecen ensayan y exageran intencionalmente lo que perciben como malo para obtener compasión para sí mismos. Y por lo tanto, la autocompasión es un pecado. No es solo una lucha. No es solo una experiencia desagradable que queremos que alguien supere para que su vida mejore. Es un pecado del cual debemos arrepentirnos.


Sin embargo, quiero aclarar que hay espacio para las expresiones bíblicas de dolor y tristeza. No es pecado llorar. Generalmente, la diferencia entre autocompasión y lamento es que el lamento se hace teniendo en mente las promesas de Dios, mientras que la autocompasión excluye las promesas de Dios para intensificar el dilema.


A veces pensamos en la autocompasión como una forma de autolesión. Ciertamente, todo pecado es una forma de autolesión en el sentido de que multiplica tus dolores y te separa de Dios. Me refiero a que podemos pensar que las personas que practican la autocompasión lo hacen con la intención de dañarse a sí mismas. Pero debemos recordar: “porque nadie jamás aborreció su propio cuerpo, sino que lo sustenta y lo cuida” (Efesios 5:29). Ningún pecador realmente se odia a sí mismo. Entonces, quienes practican la autocompasión lo hacen para beneficiarse a sí mismos, no para dañarse (aunque pueda resultar en daño, ese no es su objetivo principal). Porque se siente, en cierto modo, bien meditar y repetir lo difícil que es tu vida. Así que, externamente, quienes se autocompadecen parecen ser duros consigo mismos o que se odian. Pero la realidad es que, al mirar detrás de la máscara, es una manera pecaminosa y egocéntrica de amarse a sí mismos. Aquí algunos ejemplos de cómo he visto o experimentado esto:


A veces las personas practican la autocompasión porque les ayuda a sentirse especiales por el sufrimiento que están atravesando. Cuanto más pueden repetir lo terrible que son ellos y sus circunstancias, más especiales y únicos se sienten. Y eso les permite obtener un sentido de valor personal a partir de su sufrimiento y les da alguna razón para admirarse a sí mismos o ser admirados por otros.


Otras veces, la autocompasión funciona como una forma de autoprotección. Si yo puedo destruirme a mí mismo y decir y creer lo peor de mí, ¿adivina qué? Tú no puedes decirme nada peor de lo que ya me he dicho, así que tu daño se vuelve insignificante. Y al rebajarme, yo tengo el control de cómo me veo. Ya no tengo que tenerte miedo. No puedes hacerme pensar que soy basura si yo ya lo creo. Entonces, ¿quién tiene el control? Yo, no tú.


Algunas personas practican la autocompasión como una forma de expiación. Si puedo golpearme emocionalmente hasta quedar hecho polvo, entonces quizá Dios crea que soy sincero. Quizá entonces Él piense que realmente lamento lo que hice. En lugar de confiar en la obra terminada de Jesús, quien fue castigado para darles justicia ante Dios, confían en castigarse a sí mismos con sus propios pensamientos.


O a veces, cuando alguien se autocompadece, está construyendo un caso en su mente para justificarse como víctima. Y así, cuanto más repasa y exagera lo que está mal, más puede librarse del peso de ser responsable. “Si me hubiera tocado una vida diferente, no sería así. Estoy atrapado por cómo me criaron mis padres.” Si logro convencerme de que soy víctima, ya no tengo que sentir culpa por cómo contribuí a llegar aquí ni por cómo he respondido desde entonces. No necesito cambiar. Todo y todos los demás deben cambiar. Y mi autocompasión me hace sentir justificado por mis respuestas.


La autocompasión nos ofrece mucho. Por eso es difícil animar a alguien que se autocompadece. No quieren soltar lo que están ganando con ella. Si vas a superar y arrepentirte de la autocompasión, debes comenzar a luchar contra ella a nivel del corazón. Cuando practicas la autocompasión, hay algo fundamentalmente errado en lo que estás creyendo. Interpretas todas tus circunstancias a través de las creencias que sostienes en ese momento. Si crees que el mundo está en tu contra, cada golpe a la puerta te asustará. Si crees que tu paquete de Amazon está por llegar, cada golpe a la puerta te emocionará. Así que es necesario rehacer las creencias que sostenemos en el corazón si vamos a vencer la autocompasión. En momentos de autocompasión, probablemente estás creyendo algunas de estas cosas:


  • Que mereces cosas buenas. Que mereces mejores circunstancias que las que estás viviendo. Por eso crees que se te debe compadecer.

  • Que tu prueba no es buena.

  • Que lo bueno en tu vida es incomparablemente insignificante frente a las dificultades que enfrentas.

  • Que tus pecados y culpa son demasiado grandes. Que Dios nunca te amaría ni se complacería en ti.


Creo que el evangelio revierte todas esas creencias. Aunque no puedo abordar todas, mi objetivo es ayudarte a ver cómo el evangelio nos ofrece una fuente de gratitud que puede superar cualquier tentación a la autocompasión.

Recuerda lo que Realmente Mereces


Como pastor y consejero, he visto personas amargadas con Dios como si Él les hubiera hecho una injusticia. Pero la Biblia tiene una perspectiva muy diferente. Nos enseña que todos somos pecadores (Romanos 3:23). Esta es la realidad. Así que debemos preguntarnos: ¿qué es lo que realmente mereces?


Bueno, “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Tu paga es lo que mereces. Trabajas dos semanas y le dices a tu jefe: “dame mi paga”. Bueno, como pecador, cuando alzas el puño contra Dios y le dices: “¡me estás pagando mal! ¡Esto no es lo que merezco! ¡Dame lo que merezco!”, no tienes idea de lo que estás pidiendo. Si has ganado algo, es muerte. No solo muerte física, sino muerte eterna bajo la ira de Dios (2 Tesalonicenses 1:9; Apocalipsis 14:11). Eso es lo que merecemos. Si piensas: “yo no merezco eso”, entonces eres ignorante de la profundidad de tu pecado y de la santidad de Dios. Así que cuando paso por una temporada difícil, esto me ayuda a estar contento y luchar contra la autocompasión: digo, “esto sigue siendo mejor de lo que merezco. Una persona en el infierno cambiaría lugares conmigo en un instante si pudiera. Este dolor, esta pérdida, está llena de la misericordia de Dios hacia mí.”


Por eso el gran lamentador pudo decir: “El gran amor del Señor jamás se acaba, y su compasión jamás se agota. Cada mañana se renuevan. ¡Muy grande es tu fidelidad!” (Lamentaciones 3:22–23). Ponemos ese versículo en camisetas y en la decoración del hogar. Pero lo que debemos entender es que esas palabras no nacieron de la prosperidad. Esas palabras vinieron de Jeremías mientras miraba las ruinas de su ciudad después del juicio de Dios. Seres queridos habían sido arrastrados por ejércitos enemigos. Había muertos en las calles. Madres comían a sus propios hijos para sobrevivir. Sin embargo, Jeremías pudo mirar alrededor y decir: “Señor, tu compasión jamás se agota. Se renueva cada mañana, incluida esta.


¿Cómo pudo Jeremías decir eso en ese momento? Porque sabía que merecían algo aún peor que eso, y ese conocimiento le permitió ver la misericordia de Dios en las circunstancias más oscuras.


La razón por la que Jeremías pudo estar de pie sobre las cenizas de su ciudad con gratitud, incluso en medio del luto, es porque tenía una visión correcta de lo que realmente merecían por quebrantar la ley de Dios. Cuando te das cuenta de lo que él se dio cuenta, se caerán las escamas de tus ojos y verás la misericordia de Dios en todas partes. Y podrás decir con integridad:su compasión se renueva cada mañana”, incluso cuando tu vida esté en ruinas.


Ciertamente, con solo librarnos del juicio, Dios ya nos ha dado suficiente para estar agradecidos por la eternidad. Pero ha hecho más que eso.


Recuerda que Has Sido Totalmente Calificado en Cristo


Ahora, algunos de ustedes estarán pensando: “Eso no me ayudó en nada. Estoy de acuerdo con todo lo que dijiste. No creo merecer nada bueno. De hecho, eso es lo que me lleva a la autocompasión.” Si ese eres tú, gracias por tu paciencia hasta aquí.


Algunos practican la autocompasión porque, en su orgullo, piensan que merecen algo mejor que lo que tienen. Otros practican la autocompasión porque, en su orgullo, le dan más peso a lo que han hecho mal que a lo que Dios ha hecho por ellos en Cristo.


En nuestra autocompasión, es fácil pensar cosas como: “Si yo fuera Dios, no me amaría. No sé por qué pierdes tu tiempo conmigo.” Y es en esos momentos cuando necesitamos humillar nuestras opiniones ante la verdad de las Escrituras. Porque, en efecto, no estamos calificados para la vida eterna. Por nosotros mismos, no somos aptos para esa herencia. No hemos cumplido ninguna condición. Pero lo que debemos entender es que todos los que están en el cielo hoy no están allí porque cumplieron con los requisitos.


La Biblia dice que es “el Padre, quien los ha capacitado para compartir la herencia de los santos en la Luz. Porque Él nos libró del dominio de las tinieblas y nos trasladó al reino de su Hijo amado, en quien tenemos redención: el perdón de los pecados” (Colosenses 1:12–14).


Este versículo no dice que tú debes calificarte. Dice que el Padre nos ha calificado para participar de la herencia. Esto significa que el Padre ha cumplido todas las condiciones necesarias para que seamos aceptados en el cielo.


Esto puede ser difícil de entender porque casi nada en la vida funciona así. Para entrar a una universidad, revisan tus calificaciones, horas de servicio, exámenes, etc. Para un trabajo, preparas tu currículum y te entrevistan. En los deportes, debes calificar. Para un préstamo, debes cumplir requisitos. Incluso en la iglesia, los ancianos y diáconos deben cumplir condiciones. Nos pasamos la vida tratando de ser suficientes.


Así que no es de sorprender que, con Aquel cuya opinión más importa —Dios—, pensemos: “debo calificar para esto también.” Y nos damos cuenta de que es imposible. “¿Cómo puedo lograrlo? Si no califico ni aquí, ¿cómo calificaré para el Reino de Dios?” Pero en estas cosas eternas y esenciales, puedes descansar porque no eres tú, sino Dios, quien te califica. Toda condición para heredar la vida eterna ha sido cumplida por Dios a través de Cristo. Así es cómo:


En cada área donde fallamos, Cristo triunfó. En toda tentación, sufrimiento, momento de la vida y ocasión para glorificar a Dios, Cristo fue sin pecado. Él fue perfectamente calificado para una herencia eterna. Por eso el Padre dijo: “Este es Mi Hijo amado en quien me he complacido” (Mateo 3:17).


Pero cuando fue a la cruz, tomó sobre sí nuestras faltas. Fue castigado en nuestro lugar. Y al hacerlo, “canceló el documento de deuda que consistía en decretos contra nosotros y que nos era adverso, y lo ha quitado de en medio, clavándolo en la cruz” (Colosenses 2:14). Por lo tanto, no necesitamos castigarnos con autocompasión. No necesitamos completar lo que supuestamente faltó en la muerte de Cristo. Cuando Cristo dijo: “Consumado es”, lo decía en serio (Juan 19:30).


No solo eso, Jesús nos dio sus calificaciones. Recuerda lo que el Padre dijo de Jesús. Así como miró a Cristo con nuestras faltas, ahora nos mira a nosotros y ve las calificaciones de Cristo cubriéndonos. Vestidos con su justicia, Dios nos declara justos (2 Corintios 5:21). Por eso podemos estar delante de Él plenamente aceptados. Y la evaluación de Dios sobre ti en Cristo es más precisa y autoritativa que la tuya sobre ti mismo. Aunque digas: “soy inmundo, despreciable, impuro e injusto”, tus palabras no tienen peso en el tribunal celestial. Solo las palabras de Dios cuentan, y Él te declara justo en Cristo.


Así que cuando pienses: “soy basura a los ojos de Dios”, necesitamos reajustar nuestros pensamientos al testimonio de las Escrituras. Debemos recordar esa hermosa verdad del canto My Worth Is Not in What I Own: “Dos maravillas confieso aquí: mi valor y mi indignidad. Mi valor fijado, mi rescate pagado en la cruz.

Ya que nuestra posición está permanentemente establecida en Cristo, la gratitud debe ser la postura permanente de nuestro corazón.


Recordar lo que realmente merecemos nos protege de pensar que Dios nos ha quedado a deber, y recordar que hemos sido totalmente calificados en Cristo nos protege de revolcarnos en nuestras fallas.



Acerca del Autor

ree

Stephen Vela es pastor en Grace Baptist Church en St. Charles, MO, y consejero certificado por la ACBC.

Traducción de: Valeria García

 
 
 

Comentarios


bottom of page